BIOÉTICA : EL CONCEPTO RELEGADO1 Luis Daniel Otero2 RESUMEN La apropiación del neologismo ‘bioética’ por parte de la profesión médica ha determinado una deriva de los propósitos de la disciplina con respecto a los que eran intención original de su autor, V. R. Potter. Este ensayo explora algunas razones de esa deriva e inconsistencias entre las dos visiones resultantes, acudiendo a datos históricos y confrontando citas originales de Potter con algunas de las concepciones comunes entre bioeticistas de la medicina. Se concluye reivindicando la pertinencia de la propuesta originaria para el dominio que incluye a todas las profesiones y disciplinas, dentro del cual la medicina es solo una parcela. PALABRAS CLAVE: Bioética, Bioética Global, Ética Médica, Van Rensselaer Potter ABSTRACT Appropriation of the neologism ‘bioethics’ by the medical profession has determined a drift from the purposes originally intended for it by its author, V. R. Potter. By appealing to historical data and by confronting quotes from Potter with some of the common conceptions among medical bioethicists, this essay explores some of the causes of such drift and explores inconsistencies between the two resulting visions. It concludes in vindicating the pertinence of the original proposal to the comprehensive domain of all professions and disciplines, within which medicine is only part. KEY WARDS: Bioethics, Global Bioethics, Medical Ethics, Van Rensselaer Potter “Es sólo recientemente –en los últimos 10 años– que me he tomado el tiempo para mirar alrededor y percatarme de que existen problemas más importantes que la investigación del cáncer, y que si las mejores mentes del mundo no se dedican a ellos, no importará si el promedio de vida es de 68, 78, o 58 años.” Potter (1971, p. 149) Para quienes conocieron la bioética por las publicaciones originales de Van Rensselaer Potter, profesor de oncología y entonces Director Asistente del Laboratorio McArdle para la Investigación sobre el Cáncer de la Escuela de Medicina de la Universidad de Wisconsin, EEUU, debió resultar curioso el giro de significado que tuvo el término, 1 Artículo publicado en la Revista Interciencia, enero 2009, Vol. 34 No. 1 y, el Comité Editorial de la Revista Bioética, aprovecha esta referencia para expresar su más cumplido agradecimiento a la Revista INTERCIENCIA por haberle permitido incluirlo en este volumen. 2 Doctor en Ciencias, Universidad Central de Venezuela, Director del Laboratorio de Ecología de Insectos de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Los Andes de Venezuela. E-mail: Idotero@ula.ve desde una propuesta que reconocía la importancia del tema ambiental y la reflexión en torno a los modos de vida en Occidente como fundamentales para la supervivencia de la especie humana hacia otro, hoy indiscutiblemente más difundido, que tiende a limitar sus consideraciones al ámbito estrictamente médico y en buen grado circunscrito a la legitimación de la aplicación de tecnologías y decisiones de vida y muerte de pacientes individuales o, a lo sumo, cuestiones de salud pública. Este ensayo pretende explorar las razones que subyacen en este giro de significado y en lo posible reivindicar la bioética de Van Rensselaer Potter (Potter, 1970, 1971, 1988), la concepción relegada, como legítimo espacio de reflexión de las diversas disciplinas científicas, de las humanísticas, y en general, de todos los ámbitos del conocimiento y quehacer humanos. Se admite también una segunda preocupación que acompaña estas líneas aun cuando no se pretenda darle respuesta, y es la de porqué hubo de darse una denominación diferente a la ética médica, disc iplina con más de dos milenios de historia y tradición suficientemente larga como para haber madurado sobre la base de las más difíciles experiencias de práctica profesional y de historia variada y controvertida. Parece innecesaria la usurpación del neologismo para reconocer que la reflexión en su campo es de indiscutible vigencia e importancia hoy, cuando el enfoque biomédico tiende a reducir la relación médico paciente a aspectos de semiótica, diagnosis y a una aproximación meramente mecanicista de sus tratamientos (Stagnaro, 2002). Pero aquí el acento va dirigido al campo de reflexión que de origen corresponde a esa bioética de Potter, no menos importante si se consideran las consecuencias ambientales del comportamiento dispendioso de nuestra civilización y lo incierto que, en consecuencia, se muestra nuestro futuro. La Bioética de Van Rensselaer Potter Publicaciones recientes sugieren que la noción de una bioética tiene sus primeras expresiones occidentales como deber moral y como sentimiento de reverencia religiosa hacia la vida en dos autores alemanes de la primera mitad del siglo veinte. Albert Schweitzer hizo por primera vez uso del término Lebensethik o “ética de la vida” en 1923, y más tarde en 1927, Fritz Jahr empleó el término Bioethik (Jahr, 1927; Potthast, 2008). Pero es a principios de la década de los 70, cuando de manera independiente y sin conocer estos antecedentes, Van Rensselaer Potter usó el neologismo en dos publicaciones que proyectan la bioética al escenario internacional. Los inicios de la bioética Potteriana se remiten a los primeros años de la década de los 60, cuando Potter organizó el Seminario Interdisciplinario sobre el Futuro del Hombre. Reunía allí a un grupo de académicos de la Universidad de Wisconsin ocupados en la reflexión sobre temas tales como el devenir de la especie humana, el papel que en éste juegan el conocimiento y el desarrollo de tecnologías, el papel de la educación, el compromiso social de la ciencia, etc. (Potter, 1971). Fue ése el camino intelectual que cristalizó en su proposición de la “Bioética”, título nacido mientras pedaleaba entre su casa de habitación y su oficina en el campus de la Universidad de Wisconsin en Maddison (Peter J. Whitehouse, comunicación personal), y que por primera vez hizo público en el artículo titulado Bioethics: The Science of Survival (Potter, 1970) y luego como primer capítulo de su libro seminal Bioethics: Bridge to the Future (Potter, 1971) que publicó pisando ya sus 60 años de vida. El nombre tuvo la virtud de ser no solo un término cohesivo que dio sentido de unidad a la diversidad de temas e intereses que atañen a una “Ciencia de la Supervivencia”, sino además generoso, por el espacio que brindaba a formulaciones procedentes de cualquier ámbito del quehacer de los hombres (la medicina incluida) y fértil, por las posibilidades de diálogo que en consecuencia generaba. El Sentido Potteriano de la Bioética Potter recibió su formación profesional básica en química y biología, y como bioquímico en sus estudios de postgrado. Pasó la mayor parte de su vida dedicado al estudio del cáncer en el Laboratorio McArdle de la Universidad de Wisconsin, alcanzando niveles de excelencia que le valieron importantes reconocimientos y una extensísima producción científica a lo largo de más de 50 años de actividad profesional (Segota, 1999; Williams, 2001; Whitehouse, 2003). Pero fueron actividades paralelas a sus estudios de oncología las que condujeron a su propuesta de la nueva disciplina. Es el primer párrafo del primer capítulo de su libro, el que más parece acercarnos a una definición de su bioética: “La raza humana está en necesidad urgente de una nueva sabiduría que habrá de proveer ‘el conocimiento sobre cómo usar el conocimiento’ para la supervivencia del hombre y para una mejora de calidad de la vida. Este concepto de sabiduría como una guía de la acción -el conocimiento de cómo usar el conocimiento para el bien social- puede ser llamado la ciencia de la supervivencia, con certeza el pre-requisito para mejorar la calidad de la vida. Yo asumo la posición de que la ciencia de la supervivencia debe ser construida sobre la ciencia de la biología y llevada más allá de los linderos tradicionales para incluir los elementos más esenciales de las ciencias sociales y de las humanidades con énfasis en la filosofía en el sentido estricto, con el significado de ‘amor por la sabiduría’. Una ciencia de la supervivencia debe ser más que solo una ciencia, y por tanto propongo el término Bioética con el propósito de enfatizar los dos ingredientes más importantes en alcanzar la nueva sabiduría que es tan desesperadamente necesaria: conocimiento biológico y valores humanos” (Potter, 1971, p. 1). Potter destacaba el carácter medular del tema ambiental en su propuesta: “Lo que debemos ahora admitir es el hecho de que la ética humana no puede ser separada de una comprensión realista de la ecología en su sentido más amplio. Los valores éticos no pueden ser separados de los hechos biológicos. Tenemos gran necesidad de una ética de la Tierra, de una ética de la vida salvaje, de una ética poblacional, de una ética urbana, de una ética internacional, de una ética geriátrica y así sucesivamente. Todos estos problemas demandan acciones que estén basadas sobre valores y sobre hechos biológicos. Todos ellos implican a la Bioética y la supervivencia del ecosistema en su totalidad es la prueba del sistema de valores.” (Potter, 1971, p. 7). Es hecho significativo que dedicara su libro a Aldo Leopold, Ingeniero Forestal y convencido conservacionista, autor del clásico texto Game Management (Leopold, 1933), padre de la disciplina del Manejo de Fauna Silvestre y autor del ensayo titulado La Ética de la Tierra (Leopold 1989), entre muchos otros. Decía de él que había “anticipado la extensión de la ética a la bioética”. Como Leopold, Potter reconocía que la supervivencia del hombre exigía la extensión del dominio de la ética a los asuntos ambientales. Las Intuiciones Fundamentales de la Bioética Aun cuando se puede reconocer una evolución en el pensamiento de Potter posterior a 1970, es posible acudir al primero de sus libros (Potter, 1971) para definir aspectos capitales de su “ciencia de la supervivencia”, si bien estos son más ampliamente desarrollados en escritos posteriores (Potter 1975, 1977, 1988, 1990, 1994, 1998, 2000, 2001, 2002; Potter y Potter 1995; Potter y Whitehouse 1998). En primer lugar, es innegable la conexión entre su investigación oncológica y la propuesta originaria de la bioética. Luego de aludir a la analogía entre cáncer y la especie humana, según él originalmente formulada por Norman Berrill, Potter se pregunta: “¿es destino del hombre ser para la Tierra viviente lo que el cáncer es para el hombre? ” (Potter, 1971, p. 3). Ya en el prefacio había declarado que “Un interés filosófico creciente sobre el futuro, sobre el concepto del progreso humano, y sobre la naturaleza fundamental del desorden fueron un constante hilo unificador en mis actividades extracurriculares durante estos 30 años. La obsesión con el problema del cáncer es una explicación obvia para la digresión hacia estos temas claramente relacionados. La motivación de encontrar un ‘desorden ordenado’ en el nivel cósmico con el cual explicar el ‘desorden’ que se observa en aspectos prácticos del problema del cáncer debe ser el impulso subconsciente que resultó en las variadas reflexiones que condujeron a este pequeño volumen.” (Potter, 1971, p. viii) En los trece capítulos que siguen desarrolla, entretejidas con las ideas anteriores, nociones que pueden tenerse por fundamentales: La “sabiduría” entendida como conocimiento acerca de cómo usar el conocimiento para el bien social”, que ésta “debe ser construida sobre la ciencia de la biología y llevada más allá de los linderos tradicionales para dar cabida a los elementos más esenciales de las ciencias sociales y de las humanidades” (p. 1) y que demanda una visión de lo humano que conjugue su naturaleza biológica con una perspectiva humanista y ecológica. (p. 1). La idea del “conocimiento peligroso”, que ilustra en ejemplos suficientes y toca de manera recurrente en al menos seis de sus trece capítulos y al que define en términos de “conocimiento que se ha acumulado más rápido que la sabiduría para manejarlo”. (p. 76). Admite que el conocimiento no es en sí mismo inherentemente bueno o malo, pero aclara que éste puede hacerse peligroso en las manos de especialistas que “carecen de antecedentes lo suficientemente amplios como para visualizar todas las implicaciones de su trabajo” (p. 69-70). Echa mano también del concepto que tituló “el defecto fatal de la evolución” (p. 109) original de Theodosius Dobzhansky y que Potter, además de explorar desde la perspectiva meramente biológica que identifica con los riesgos de una fertilidad humana sin control, hace extensivo a la evolución cultural: “una idea es por lo general juzgada en términos del presente y no en términos del futuro. Solo los intelectos combinados de muchas disciplinas serán capaces de evaluar las ideas que de mejor manera planifican el curso de la humanidad a través de un ambiente que sufre cambios culturales y físicos sin precedentes. Solo el hombre tiene la capacidad de pensar acerca del futuro, y solo el hombre tiene el poder de dar pasos para prevenir su propia extinción. En este momento, sin embargo, nadie puede decir si estos poderes pueden ser movilizados lo suficientemente pronto. La mejor recomendación que puede hacerse en el presente es la de soluciones abiertas que eviten los callejones ciegos de la superespecialización” (Potter, 1971, p. 109). Alude así a las aparentes ventajas de las nuevas ideas en el ámbito cultural, el de la creación científica, tecnológica u otro, advirtiendo con ello que de manera análoga a la invención evolutiva, su conveniencia y beneficios inmediatos pueden ocultar efectos adversos en el mediano o largo plazo. Alerta sobre la falibilidad de esa certeza eufórica, el “sentimiento de Eureka”, que suele acompañar el nacimiento de una nueva idea. (p. 108). Propone una concepción científico- filosófica de progreso cuyas premisas deben ser continuamente sometidas a prueba, una concepción que reconoce las limitaciones del conocimiento existente pero también el carácter infinito e inagotable del conocimiento por descubrir, que reconoce la necesidad de más conocimiento como única respuesta al “conocimiento peligroso” y que reconoce que, si bien la ciencia es conocimiento, el conocimiento per se no es sabiduría. La sabiduría, señala, “es conocimiento moral, el conocimiento de cómo usar el conocimiento, y el más importante conocimiento de todos”. (p. 49). ¿Por qué Entonces el Uso del Término en la Profesión Médica? Si lo anterior describe, aun de manera aproximada, el contexto y propósito del planteamiento original de Potter, no se ve nada que se parezca a lo que se ha hecho corriente entender por bioética. Ni en el prefacio ni en ninguno de los 13 capítulos de su libro de 1971 aparece la ética médica como tema central. ¿Por qué entonces esa apropiación del término por los eticistas de la medicina? El hecho fue al parecer propiciado por la mención que, después de publicado, se hizo por vez primera del libro de Potter (1971) en un artículo periodístico que abordaba el tema de los dilemas que acompañan los descubrimientos en la biología molecular, genética y las nuevas posibilidades de intervención en asuntos de la vida humana, explorados desde la ciencia, desde la teología y, obviamente, desde la medicina (Anónimo, 1971; ver comentarios en Potter 1998, 2002). El artículo hace, entre otras, referencia a la iniciativa de eticistas norteamericanos para crear el Instituto para la Sociedad, la Etica y las Ciencias de la Vida, integrado entonces por 70 miembros entre quienes destacaba el teólogo católico Daniel Callahan, prominente especialista de la ética médica, y el también notable biólogo evolucionista Theodosius Dobzhansky. No es descabellado que Potter quedara así vinculado entre los lectores a las nuevas consideraciones dentro del campo de la ética médica, ni descabellado tampoco pensar que también fuera la fuente del uso impropiamente contextuado del término acuñado por Potter con un significado esencialmente mucho más amplio y abarcador, en la creación, por el obstetra André Hellegers, del Instituto Kennedy para la Reproducción Humana y Bioética en Washington, hipótesis que ha sido ya adelantada en otros contextos (Potter, 1998; Acosta Sariego, 2006). Hay también argumentos que suponen que el concepto tuvo una evolución autónoma que lo condujo por caminos distintos del previsto para él por su autor originario. Tristram Enghelhardt sugirió que, para quienes trabajaban en el campo de la biomedicina, la aparición del término fue “como un nido arrojado a una solución supersaturada. De una vez, toda una gama de intereses cristalizaron”. Enghelhardt hacía referencia a las implicaciones de toda una avalancha de nuevos conocimientos, desarrollos científicos y tecnologías que “habrían de cambiar la medicina e incluso a nosotros mismos” y para las cuales, “los viejos términos -ética médica o ética de la enfermería- parecían muy limitados o estrechos para identificar este amplio agregado de intereses y preocupaciones.” (Englehart, en Potter 1988, p. ix). También se ha referido esta aparente dualidad del concepto como producto de un origen bilocado de la disciplina que tendría en Potter y en Hellegers dos inicios independientes (Reich, 1993; Kotow, 2000). Parece injusta, sin embargo una hipótesis que como ésa desconoce la prioridad intelectual y los motivos de su verdadero autor. Warren T. Reich, aunque admite que el término es original de Potter y declara no haber antes reconocido de manera adecuada su prioridad (Reich, 1995, p. 23- 24), se extiende en argumentos que en su opinión dan razón del éxito de la acepción dada al término por Hellegers. En nuestro caso, coincidimos con Whitehouse (2003) quien lo resume de manera concisa: “[los conceptos de V. R. Potter] perdieron la competencia intelectual ante formulaciones dominantes que emergieron en Washington sustentadas por más dinero y mayor poder político nacional”. Potter (1975) señaló algunas de las circunstancias que favorecieron el predominio de la acepción dada al término por el Instituto Kennedy: a los cuatro años de su fundación disponía éste de “cerca de 20 académicos a dedicación exclusiva y 55 estudiantes graduados” y tenía un presupuesto acumulado hasta el momento de 3 millones de dólares. Nace también en este contexto la Enciclopedia de Bioética, documento de indiscutible valor para la ética médica y cuya creación, bajo conducción editorial de Reich (1978), “involucró a un número impresionante de personas, 285, en la primera gran tarea colaborativa (sic) internacional que se llevó a cabo en el campo de la bioética” (Gracia, 1998). (p. 29). Como era de esperar, los desarrollos de la bioética médica no se limitaron a aquellos del Instituto Kennedy y pronto ésta fue adoptada por escuelas de medicina y otras instituciones, entre ellas el Centro Hastings de Nueva York. El impulso se tradujo también en la implementación de cursos de postgrado marcados por el mismo hierro y donde a pesar de toda la retórica académica que pretende reconocer en Potter la paternidad de la disciplina, sus ideas permanecen completamente ajenas a los contenidos que son enseñados a muchos de sus estudiantes graduados (Williams 2001; Whitehouse 2003). En Williams (2001) se lee: “I was never formally introduced to his writings, teachings or philosophies. I stumbled upon them almost by chance”. Considerando los antecedentes y la creciente complejidad de las decisiones en una medicina desbordada por su acelerado desarrollo tecnológico, es hecho comprensible que haya sido desde allí donde hubo mayor difusión del neologismo y que la mayoría de las personas sean ignorantes de su connotación originaria. Buena parte de los documentos producidos en los centros de bioética médica en Norte, Sur América y Europa, de los que a continuación se transcriben ejemplos, claramente desdeñan el sentido original de la ropuesta: Para LeRoy Walters, quien era a la fecha director del Centro para la Bioética de la Universidad de Georgetown en Washington, DC, EEUU, también dependiente del Instituto Kennedy, bioética es “el estudio de las cuestiones éticas y sociales que surgen de los desarrollos en las áreas de la biología y la medicina e incluye temas centrales extraídos de las ciencias naturales y sociales y de las humanidades.” (citado en Potter, 1975); o del mismo autor: “La Bioética es la rama de la ética aplicada que estudia las prácticas y desarrollos en campos de la biomedicina” (citado en Potter, 1998). También leemos en la Enciclopedia de Bioética: “La bioética es el estudio sistemático de la conducta humana en el campo de las ciencias de la vida y de la salud, a la luz de los valores y de los principios morales” (Reich, 1978, p. XIX). Fuera de las fronteras de los EEUU, Andorno (1998), (p. 12) señala: “Pero la bioética es una parte de la ética y no toda la ética. Ella se ocupa de la vida en cuanto tal. La pregunta central que se plantea es: ¿cómo debemos tratar a la vida? Pero debemos aclarar que la pregunta no concierne a cualquier vida. Es la vida humana y su valor la que está en el centro del debate bioético, y no la vida de las plantas o de los animales” agregando al pie de página que: “En nuestra opinión, la preocupación relativa a la protección de los animales y del medio ambiente no forma parte del campo de la bioética, sino de la ecología”. Diego Gracia (1988), (p. 32) expone: “Lo único que me interesaba era aclarar brevemente el sentido de la afirmación de Potter de que la bioética es el intento de confrontación de los nuevos hechos de las ciencias biomédicas con los valores propiamente humanos, con el objeto de interfecundar la ciencia con las humanidades y así hacer posible una visión global y omnicomprensiva de los problemas”. Y más adelante: “Pero la originalidad de la bioética no acaba ahí. En 1970 creó Potter el término y le dotó del significado ya expuesto…” A diferencia del privilegio dado a la visión ecológica por Potter, en el caso de la bioética médica, cualquier consideración que no concierna directamente a pacientes humanos, parece una concesión marginal que subordina a la concepción Potteriana: “[La Bioética] Va más allá de la vida y la salud humanas, en cuanto comprende cuestiones relativas a la vida de los animales y las plantas; por ejemplo, en lo que concierne a experimentos con animales y demandas ambientales conflictivas” (Reich, 1978, p. XIX.). En diferentes escritos y contextos, Potter (1975, 1988, 1996, 1998, 2000, 2002) hace recurrentes señalamientos a las inconsistencias de la bioética médica con su propuesta originaria. De manera elocuente dice: “Así, es con algo de sorpresa que he visto el significado del término migrar de su uso inicial. [El término] “Bioética” ha sido agarrado [sized upon en el original] por la profesión médica que ha ignorado su propósito y amplitud…. Bioética debe continuar significando la aplicación de la ética a toda vida” (Potter, 1996). Su segundo libro, Global Bioethics: Building on the Leopold Legacy (Potter, 1988), fue ya un intento de conciliar ese uso disidente con su propuesta original. Revisa allí la colisión de las perspectivas de su bioética y de la “bioética médica”, reconociendo que la dicotomía se sustenta en la dimensión temporal de los problemas que priorizan: una visión de largo plazo, conducente a la supervivencia de la especie, que es propia de la primera, y una visión de corto plazo que vela por la salud y la vida de los individuos. Su bioética global supone la resolución de la dicotomía en un sistema unificado donde la supervivencia individual no colida con la aspiración de un ecosistema saludable que garantice la supervivencia de nuestra especie. Sin embargo, su mensaje tampoco parece haber sido comprendido por los “bioeticistas” de la medicina. Un Futuro Posible para la Bioética de Potter Cabría preguntarse, atendiendo a esa segunda preocupación que desde el comienzo se dijo acompaña estas líneas, si la adopción del neologismo en el campo médico no ha significado un penoso cisma en la ética médica al que algunos, con aparente razón, señalan como escenario para la justificación de ideologías que desconocen nociones de deber derivadas de una herencia hipocrática y cuestionan la tradición normativa del quehacer médico (Irving, 2001). Pero de nuevo, el propósito aquí es el de reivindicar los espacios originales de la bioética, liberarla de esos linderos impuestos por la reflexión médica, y eso sí parece inobjetablemente pertinente, no solo en vista del inmerecido menosprecio de la propuesta inicial de Potter, sino por la necesidad de atender aspectos que fundamentan las imperiosas amenazas a la integridad del ecosistema y de sus sistemas de regulación. En el diálogo entre ciencias y humanidades cabría reclamar de la ciencia una mayor atención a temas fundamentales de la relación de nuestra especie con el planeta. Por ejemplo, Wilson (1998) alerta sobre la precariedad de una civilización que pretende sustentar su bienestar sobre una cantidad de aparejos y prótesis tecnológicas dependientes del conocimiento y aplicaciones sofisticados, que progresivamente sustituyen mecanismos naturales de control, y cuyos daños colaterales pueden llegar a superar la capacidad restaurativa de los sistemas de mantenimiento de la vida en el planeta. Según él, la meta sería la de un desarrollo sostenible que garantice bienestar y elevada calidad de vida de los habitantes del mundo, pero con una mínima dependencia protésica. En cuanto al aporte o lado humanista del diálogo, cabría destacar la conveniencia de una continua revisión de nuestra concepción de progreso y la necesidad de enriquecer la decisión técnica con una dimensión axiológica que identifique dominios distintos del rédito a corto plazo. Sin duda ambicioso, pero igualmente urgente, es cuestionar y revisar las premisas que sustentan nuestra civilización, tarea que antropólogos, sociólogos, historiadores y filósofos parecen llamados a liderar. Difícilmente las grandes amenazas a la supervivencia de la humanidad han de conseguir solución si se persiste en buscar respuestas que eludan estos problemas de fundamento. Las civilizaciones surgen de un tejido paradójico: surgen de aventuras humanas que aspiran el control y dominación de todo lo que hemos creído controlable y dominable, de juegos de poder y sumisión, de ideologías en tensión entre las que alguna es transitoriamente privilegiada. Surgen de mitos, presentes aun en los dominios más pretendidamente asépticos del conocimiento y de la ciencia, y también, aunque menos apreciable, surgen de la aspiración al bien y a la virtud. Dar hoy el privilegio a uno u otro de los móviles parece claro en cuanto a consecuencias y al parecer deberíamos apostar por la opción virtuosa que satisfaga el desideratum de supervivencia de nuestra especie en un planeta ecológicamente sano. Una aspiración que tal vez hoy veamos utópica, pero que claramente marca al norte. Como brújula, la bioética orientaría la búsqueda y uso del conocimiento trazando un camino respetuoso y promotor de los derechos humanos. Es difícil, quizás hasta arriesgado, suponernos hoy más conscientes de nuestras pulsiones de lo que lo éramos en otras etapas de la historia de Occidente, pero sin duda sí lo somos de las complejas interacciones que ponemos en marcha, bien en escala local o planetaria, al lanzar a la arena cada una de nuestras acciones, intervenciones e invenciones tecnológicas. Esta conciencia, además de permitir a la humanidad palpar la insuficiencia de viejos paradigmas, podría iluminar la búsqueda de esa sabiduría nacida en la conjunción de saberes científicos y humanísticos y podría también hacer de éste el tiempo para ir más allá de fórmulas mezquinas de valoración de este mundo del que es muy poco lo que realmente nos pertenece, pero al que aún habiéndolo olvidado, mucho pertenecemos. La búsqueda de esa sabiduría haría así efectiva la verdadera Bioética de Van Rensselaer Potter, un espacio de reflexión y acción libre de la constricción de los ghettos conceptuales de las éticas especializadas (Potter, 1999). Un espacio común a la política, a la economía, a las ciencias naturales y humanas, a las artes, en fin, a todos los saberes y haceres de Homo sapiens. Agradecimientos Este ensayo nace de inquietudes surgidas en sesiones de discusión y estudio del Grupo de Docencia en Bioética de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Los Andes, especialmente estimuladas y nutridas por Osman Gómez. Miguel Alonso, Jorge L. Avila y Samuel Segnini leyeron el manuscrito e hicieron sugerencias y correcciones. Peter Whitehouse, Erin Williams y Thomas Potthast suministraron información y facilitaron copias de documentos poco accesibles. Freddy Carrillo auxilió con las traducciones del alemán. Referencias Acosta Sariego JR (2003) La Bioética de Potter a Potter. Revista Futuros 1. http://www. revistafuturos.info/indices /indice_4_home.htm (cons. 25/01/2008) Andorno R (1998) Bioética y Dignidad de la Persona. Tecnos. Madrid, España. 172 pp. Anónimo (1971) The Spirit: Who Will Make the Choices of Life and Death? Time (19/04/1971) . ht tp://www.time.com/time/magazine/article/0,9171,905036,00.html (cons. 11/03/2008). 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