Leslie Arvelo
Profesor adscrito al Departamento de Psicología. Facultad
de Humanidades y Educación. Universidad de Los Andes. Mérida. Venezuela. Avenida
Las Américas, Complejo La Liria. Telf.: 0274 - 2401462, 2401111
(Ext. 1833). Fax. 0274 - 2401851 - 2401758.
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Referencias Bibliohemerográficas
El presente trabajo intenta dar cuenta, desde la mirada
de la Psicología y con el apoyo fundamental de la teoría psicoanalítica, de
algunos aspectos de la compleja relación existente entre la Masculinidad y
la Función Paterna. Ambos conceptos constituyen construcciones psicosocioantropológicas
e históricas, donde el orden biológico, inevitablemente mediatizado por lo
simbólico cultural, opera como marca inicial en la orientación del proceso
constructivo. En una primera parte se desarrollan algunas conceptualizaciones
específicas asociadas a cada constructo. Para tal efecto se abordan las relaciones
entre masculinidad y femenidad, así como las existentes entre función paterna
y función materna desde una perspectiva integradora. Posteriormente, se procede
a analizar ciertas atribuciones del género masculino que en diversas culturas
y, específicamente, en la occidental, pueden facilitar y/o obstaculizar el
ejercicio de la función paterna. En este sentido se hace referencia a diversas
caracterizaciones del género masculino y sus repercusiones en el ejercicio
cabal de la función paterna. Algunas conceptualizaciones y afirmaciones se
ilustran con material clínico recogido por el autor.
Masculinidad, función paterna, psicoanálisis.
This paper intends to embrace,
from a psychological viewpoint and with an eye to basic psychoanalytic theory,
some aspects of the intricate association patterns which exist between the
concepts of masculinity and fatherhood. Both concepts include psychological,
social, anthropological and historical aspects in which the biological element
is part of a constructive process. The first part of this paper develops the
concepts associated with this construction. The exchanges between masculinity
and femininity which occur during the exercise of paternal and maternal functions
are considered from an integrated perspective. The paper then goes on to analyze
specific masculine traits in various cultures, particularly those of
Western cultures, which both help and hinder the paternal function.
In the same vein, the roles which are generated for the masculine and their
effect upon the proper exercise of the paternal function are discussed. Some
concepts are confirmed and illustrated by clinical data obtained by the author.
Masculinity, paternal
function, psychoanalysis.
La Masculinidad y la Función Paterna constituyen construcciones
sicosocioantropológicas e históricas que han venido cobrando relevancia dentro
del campo de las ciencias sociales, no sólo como constructos teóricos, sino
también como categorías de análisis para la comprensión del ser humano y sus
sistemas relacionales. Ahora bien, es importante no dejar de lado que en estas
construcciones el orden de lo biológico, indiscutiblemente mediado por lo
simbólico-cultural, cumple un papel de marca originaria del proceso constructivo
que orienta la especificidad de lo que conocemos como masculino y paternidad.
De lo anterior surgen ciertas interrogantes: ¿Qué es lo
realmente específico en estas construcciones? ¿Cuál es el papel de lo biológico
en ellas? ¿En qué contribuye lo biológico en esta supuesta especificidad?. Para
aproximarse a algún tipo de respuesta a estas nada sencillas cuestiones, es
necesario tomar distancia de cualquier tipo de reduccionismo. En aras de
facilitar la comprensión se desarrollarán algunas ideas tomando por separado
cada constructo, intentando atender las preguntas antes expuestas.
En primer lugar nos ocuparemos de la Masculinidad. Lo que
consideramos específico de lo masculino va a estar relativizado por lo
histórico y lo cultural. Lo que era
genuinamente masculino ayer ya no lo es hoy, por lo menos no cabalmente.
De igual forma lo masculino en una cultura no necesariamente encaja si se trata
de otra cultura. Sin embargo, ¿podemos hablar de algunas constancias o
invariantes culturales de lo masculino? Szasz (1999) plantea que la necesidad
de demostrar la virilidad (independientemente de lo que se considere viril) es
una constante cultural. Así mismo, Gilmore (1994, en Meza, 1999) sostiene que
el someterse a pruebas y recibir un adoctrinamiento para convertirse en hombre
es algo extendido en la mayoría de las culturas. Santos (1995:97), partiendo
del psicoanálisis, nos habla de “ostentación de insignias fálicas” como algo
propio de lo masculino en las diferentes culturas.
Para el psicoanálisis esta necesidad constante del hombre de
evidenciar su virilidad está relacionada con la amenaza, siempre presente para
el varón, de la castración. Vivencia que no ocurre en la hembra pues al no
tener el órgano de significación fálica no se ve amenazada (Santos, 1995). Por
otro lado para el hombre la masculinidad es más importante que la feminidad
para la mujer y necesita ser reafirmada reiteradamente tomando distancia de lo
femenino. En este sentido Inda (1996) plantea que el proceso social de
construcción de la masculinidad implica, por un lado, disminuir las diferencias
entre los varones, lo cual en las sociedades patriarcales se expresa como un
proceso homogenizador y distribuidor de los atributos del genero masculino que
brinda al varón la seguridad de ser un verdadero hombre. Por otro lado supone
la necesidad de aumentar las diferencias que separan al hombre de las mujeres.
Desde esta perspectiva resulta prácticamente imposible
abordar lo masculino soslayando lo femenino ya que en buena medida constituyen
a nivel simbólico, polaridades que se dan sentido mutuamente, dependiendo el
tipo y grado de polarización de procesos históricos y psicoculturales. Asociado
y esto Hororvitz y Karefman (1989, en Szasz, 1999:5) señalan que “la estructura
de la masculinidad es inseparable de una feminidad proyectada, adorada,
despreciada y temida que existe como su opuesto”. En todo caso admitir esta
polarización, determinada por lo histórico-cultural, no implica negar las
igualdades genéricas ante la ley y en cuanto a las potencialidades biológicas,
psíquicas y culturales.
Ahora bien, aludir a constancias culturales nos remite
inevitablemente a lo biológico, orden que no escapa a los cambios, pero que, en
todo caso, son cambios que corresponden a una temporalidad muy distinta a lo
socio-cultural. Si bien, lo biológico humano es también una construcción, donde
lo simbólico y lo afectivo tienen cabida otorgando significados, no podemos
obviar que esta dimensión tiene leyes y mecanismos que le son propios, los
cuales limitan lo psíquico y lo cultural.
Aproximarse a lo biológico masculino nos conduce a mencionar
el sexo con sus componentes anatómico-funcionales. En este sentido nos
referimos a las diferencias biológicas más estrechamente ligadas a la
sexualidad como son las relacionadas con los genitales ( y en menos relevancia
con los rasgos secundarios anatómicos - funcionales de la sexualidad) y con la
respuesta sexual del hombre y la mujer. La presencia del pene en el hombre como
referente anatómico del falo, representa parael psicoanálisis la diferencia
fundamental a partir de la cual se construye un orden psíquico, donde lo
pulsional y lo simbólico se conjugan para dar sentido a lo que la cultura
tipifica como genérico. De tal forma que a partir de la diferencia anatómica se
produce la construcción del “falo” es decir, la simbolización del pene como lo
relacionado con el poder, la completud. A la función biológica del pene y su
opuesto (erección vs. no erección) se le agrega la función simbólica del falo
signada por dialéctica de la castración (presencia del falo vs. castración). El
falo (el poder) es algo que todos deseamos y que el hombre cree tener por ser
poseedor de su referente anatómico: el pene. Aunque uno se distancie del
falocentrismo Freudiano y sostenga que el poder (falo) es producto de una
construcción sociocultural que resignifica el pene del hombre (y no a la
inversa) es, sin embargo, innegable el papel de lo anatómico-sexual como guía
de la construcción genérica.
Otra diferencia biológica que sirve de base en la
construcción de lo masculino es el tipo de respuesta sexual del hombre.
Comparándola con la de la mujer, en términos orgásmicos, se puede decir que es
menos continua o más discontinua temporalmente. En la mayoría de los casos el
hombre debe esperar un período refractario de su orgasmo para acceder a uno
nuevo. Incluso para una mayor satisfacción y el de su pareja (en los casos que
esto responda a su ideal cultural) debe aprender a posponer su orgasmo. Esto
introduce un control en su respuesta sexual, una cierta racionalidad en el
disfrute, no necesaria en la mujer. Moreno (1992, en Santos, 1995:97) recoge un
relato de una mujer aludiendo a este temporalidad del orgasmo femenino,
expresado así: “El mas... de la mujer desconoce el límite del tiempo al plantear
que el orgasmo puede continuar; hay algo en el goce femenino más allá de la
función fálica, del orden significante, no simbolizable. Hay un goce del cual
el nada sabe, pero tampoco ella. Quizá lo único que sabe es que lo siente: se
sabe cuando ocurre”.
Otra diferencia donde opera lo biológico dejando su marca,
es la maternidad de la mujer o mejor dicho, la no maternidad (en términos
biológicos) del hombre. Así como la posesión del pene genera en el hombre la
ilusión de tener el falo, la posesión de un útero por parte de la mujer, con la
fusionalidad concomitante con el hijo por nacer, posibilita en la mujer la
ilusión fálica de completud, simbolizada en este nuevo ser. La mujer embarazada
se siente completa no solo por cumplir con un ideal femenino prescrito
culturalmente sino, además, por colocarse en una postura regresiva al
identificarse con ese ser que lleva en
su vientre. Esta identificación la lleva, en un nivel inconsciente, a
vivenciar el paraíso uterino donde no hay carencia, donde las necesidades están
suplidas de una manera continua, donde no emerge el deseo. Lo anterior nos
introduce en el abordaje del otro constructo contemplado en el presente
trabajo, es decir, la Función Paterna, como concepto generalmente asociado a la
masculinidad.
La Función Paterna representa para el Psicoanálisis una
conceptualización fundamental para explicar la relación entre el individuo y la
cultura. Freud (en Aberastury y Salas, 1978) diferencia, en varios de los
capítulos de su larga obra, cuatro papeles del padre que se superponen y
complementan, como son los de objeto afectivo, modelo identificatorio, auxiliar
y rival.
Aray (1992), psicoanalista venezolano, expone un conjunto de
funciones históricamente atribuidas al padre, a saber: de protección, de proveedor,
del fuerte que brinda seguridad, de
respeto, de poseedor del saber. Lacan (1972, en Aberastury y Salas, 1978)
aporta la noción de “función de corte” como la que define la Función Paterna,
la cual supone una doble prohibición: impedir la fusionalidad madre-hijo, por
una parte, y evitar la relación incestuosa, por la otra. Esta “función de
corte” constituye entonces una función interdictora de la diada narcisista
madre-hijo que posibilita el acceso del niño al orden simbólico. A las
funciones señaladas por estos autores cabría agregar las que implican
demostraciones afectivas dirigidas tanto al niño como a la madre y que
constituyen un soporte emocional importante.
La Función Paterna representa una función reguladora del
deseo y el goce, que censura el incesto y la fusión madre-hijo, inscribiéndose
dentro de las leyes de parentesco. Es un función cultural que facilita el
distanciamiento de lo biológico, de lo instintual - pulsional, favoreciendo el
acceso a lo simbólico. Podemos resumir diciendo que la Función Paterna es una
función afectiva socio-cultural, de carácter real y simbólico que trasciende
las funciones que puede ejercer individualmente un padre. Quiere decir esto que
la Función Paterna puede ser ejercida por la madre u otro pariente o adulto significativo,
independientemente del sexo, así como por grupos, organizaciones e
instituciones, aunque por supuesto, con las especificidades y limitaciones en
cada caso (Arvelo, 2000).
De esta manera de concebir la Función Paterna se desprende
que no es ésta una función exclusiva del hombre, pero que, por otro lado, lo
masculino en términos reales y simbólicos, le confiere una especificidad
incuestionable. La no maternidad del hombre, entendida por su no embarazo, es
una limitante biológica que coloca al ser masculino en un lugar privilegiado
como emisario cultural interdictor del eje diádico madre-hijo. Según This
(1982) el hecho biológico que el hombre no lleve al hijo en el vientre es lo
que explica que pueda, simbólicamente, dar el nombre a su hijo y ejercer la
función de corte. Al nacer el niño y asignarle un nombre se le hace entrar en
el orden simbólico, en el lenguaje.
La voz del padre es ya captado por el feto maduro de una manera diferenciada de la madre
(Olivier, 1995). La voz del padre viene desde afuera sin las vibraciones
toráxicas que acompañan a la madre. La palabra como el estímulo social más
precoz percibido por el niño se convierte en palabra externa a la cápsula
uterina en la que está inmerso el feto.
Hombres y mujeres comparten una serie de actividades
equivalentes en el ejercicio de sus funciones como padres y madres. En términos
cualitativos hay tal vez pocas diferencias en la manera como hombres y mujeres
pueden, potencialmente, atender las necesidades básicas de sus hijos. Investigaciones
recientes demuestran que el padre es una figura con la cual el infante puede
desarrollar una relación de apego desde el nacimiento, si este padre tiene una
presencia cercana al niño. Así mismo los padres están aptos para brindar afecto y cubrir las necesidades de un bebé de
manera satisfactoria (Parke, 1981; Olivier, 1995; Lamb, 1997; Zauche-Gaudron,
1997; Oiberman, 1998; Villarraga, 1999). Las diferencias más comunes en este
aspecto parecen ser más bien producto de una construcción psico-cultural. Las
madres en diferentes culturas suelen ser cuidadoras primarias y los hombres
cuidadores secundarios. Sin embargo, diversas investigaciones demuestran que el
juego es una actividad que evidencia diferencias en la manera como hombre y
mujer se relacionan con sus bebes e hijos mayores.
Estudios compilados por Parke (1981) en Estados Unidos y
Europa indican que los padres tienden a jugar de una manera más vigorosa,
utilizando en mayor grado que las madres la actividad física. La madre utiliza
más las verbalizaciones y los juguetes y menos la actividad física en la
interacción lúdica con sus hijos. Estas investigaciones apuntan a que el juego
del padre, en familias de clase media,
cumple un papel más importante en el desarrollo integral del niño que
cuando se trata de la madre. Esto es así porque el juego es para el padre un
medio más importante de vinculación con el niño que para la madre. En todo caso
la actividad del padre es más diferenciada que la de la madre en base al género
del niño. El padre suele disminuir de actividad física en el juego, es menos
brusco, verbaliza más cuando se trata de las hembras.
Esta breve exposición de la Función Paterna nos conduce a
plantear que no existe una relación lineal entre masculinidad y Función
Paterna, ni entre feminidad y función materna. Los roles y funciones pueden
intercambiarse, sustituirse, hacerse equivalentes, pero dentro de ciertos
límites. Buena muestra de ello es la “función de corte” la cual puede ser
ejercida por la misma madre al respetar la “ley del padre”, evitando la
erotización de sus hijos y la
sobreprotección que genera una dependencia indeseable, no sana, entre la madre
y el niño. Ahora bien la madre tendrá siempre más dificultades que el padre en
ejercer esta función y tendrá que apoyarse más en la racionalidad y su salud
mental para lograrlo, dada su mayor tendencia a la fusionalidad con el hijo.
Esto es más evidente cuando la madre no tiene pareja bien sea por separación o
muerte del padre. Ocurre frecuentemente en estos casos que la madre compensa su
vivencia de abandono, su soledad, acercándose al hijo varón, convirtiéndolo
muchas veces en una especie de nueva pareja. Los casos clínicos son muy
demostrativos de esto (Arvelo, 1998).
El ideal masculino en muchas culturas favorece la función de
corte ejercida por el padre. El ser autónomo,
desprenderse, ser libre, ser de la calle, facilita que el hombre
reproduzca estos valores dentro del seno de la familia y se los inculque a sus
hijos (Meza, 1999). Pero, por otra parte, ubicándonos en la cultura occidental,
especialmente la hispanoamericana, la rigidización de los roles propios de cada
género y la exacerbación de lo masculino, pueden convertirse en un obstáculo
para el ejercicio de una paternidad que valore las expresiones emocionales, afectivas,
tiernas y las actividades de atención del niño. En este caso esta masculinidad
hipertrofiada, definida fundamentalmente en el “no ser mujer“ tiende a
descalificar todo lo femenino y lo que se desprende de ello, como es el caso de
los cuidados maternales. Se genera así una actitud misogínica en el hombre que
en muchos casos, como lo señala Olivier (1995), esconde los temores
castratorios y de fusionalidad con la madre-mujer que padece el hombre, más aún
cuando aumenta su machismo. El hombre, entonces, identifica toda expresión de
ternura hacia el hijo y las actividades de cuidado infantil como acciones
descalificadas, propia de los débiles, los afeminados.
Finalmente se cerrará este artículo con un caso clínico
ilustrativo de algunos aspectos teóricos y de investigación expuestos aquí.
Descripción del caso: Se trata de un paciente de sexo masculino de 49 años de
edad, profesional universitario. Acude a consulta por presentar problemas con
su esposa y sufrir de estados depresivos con cierta frecuencia. Se queja de que
los roles se invirtieron en su casa. Se pregunta quien es el hombre en su casa
“¿ella (su esposa) o yo?”. Dice que nunca le ha sido infiel a su esposa. No la cela, pero admite entrar
en competencia con ella. Refiere que se queda con los niños cuando su mujer
está afuera. “No me gusta ser amo de casa”, dice. Se deprime pues siente que
tiene que mendingar afecto, suplicar amor ante su pareja. Se siente abandonado
cuando su mujer sale de la casa. Comenta que su escape es ingerir licor. Sin
embargo, esto lo hace a escondidas. Refiere episodios de fallas eréctiles
esporádicas.
Entre los antecedentes cabe resaltar que el padre del
paciente muere cuando este tenía 3 años. Le ocultaron la muerte del padre; le
decían que estaba enfermo en otra ciudad. El paciente descubre por cuenta
propia la muerte del padre a los 11-12 años. Describe al padre como un
filántropo, muy inteligente, buen mozo, levantador de mujeres.
Refiere que succionó chupón también hasta los 11-12 años.
Igualmente recuerda que a esa edad fue operado de las amígdalas; asocia una
serie de síntomas que padeció a raíz de esta operación manifestados en
supuestas alucinaciones visuales y percepción de unos ruidos dentro de los
oídos. Así mismo sentía que si respiraba fuerte su mamá moriría.
El paciente habla de la madre describiéndola como de
carácter fuerte, muy absorbente. Dice: “me ahogaba, a veces no la soportaba”.
Señala que al único hombre que su madre respetó fue a su padre. Comenta que su madre fue la que hizo dinero.
Refiere que su madre actuaba a veces arbitrariamente al llevárselo con
ella a viajar haciéndolo inasistir a
clases. Dice que era “pegadísimo” a su madre y que fue criado como hijo único.
Agrega que su madre era muy impaciente con él. Sus hermanos son mucho mayores
que el paciente. El hermano mayor le lleva 20 años. Fungió de padre y fue el
sustituto de su padre en la empresa, al morir éste. Describe a su hermano mayor
como brillante, ganador de muchas medallas por méritos académicos y campeón en
natación. Como padre lo ubica como comprensivo, protector, pero impaciente para
enseñarlo en las labores escolares. Este hermano fue un factor decisivo para
lograr que el paciente no fuere atrapado por la madre. La esposa de su hermano,
su cuñada, encarna la madre que siempre deseó: abnegada, tolerante, paciente,
casera. Fue quien lo enseñó a leer.
El paciente refiere haber tenido una relación siempre
tirante con su hermana, la cual le lleva 17 años. La describe como “sifrina”
pues se preocupa mucho por el estatus social, las apariencias. Es muy “curera”
(valora mucho los curas, sacerdotes), dice.
Análisis del caso: Por razones de espacio no es
posible un análisis exhaustivo del
caso, por ello se limitará a algunas consideraciones pertinentes con lo
expuesto en la parte teórica.
El caso descrito ilustra muy bien la lucha por el poder
dentro de la pareja, producto, en buena medida de las construcciones de género
que nuestra sociedad impone. El paciente siente rabia y temor de ser ubicado en
el rol femenino de “amo de casa” pues esto lo hace sentir débil, inferior.
Abiertamente señala que le “ladilla” (fastidia) las labores cotidianas de
cuidar niños, revisarles las tareas, cocinar. Siente que podría estar haciendo
algo más productivo. Este malestar, en todo caso, se potencia con sus
dificultades de separarse de su esposa. Dice que “se siente abandonado” cuando
ella sale. Por supuesto que sumado a su dificultad y ambivalencia ante la
separación por haber tenido una madre absorbente, dominante, con rasgos fálicos,
están sus propios deseos de dominar, controlar a su pareja. Los intentos de
independizarse de su esposa son mal visto por el paciente ya que los vivencia como abandono y como una
merma de su poderío, de su capacidad de control sobre ella. Su esposa se caracterizó
por ser bastante independiente, incluso, cuando joven, se fue de la casa por
conflictos con el padre. En el matrimonio ésta se ha mostrado ambivalente ante
el paciente en relación a lograr una mayor autonomía. A pesar de su dependencia
económica del paciente últimamente ha tratado de ganar más espacios para
realizar las actividades que le gustan, especialmente las de tipo artístico. Al
paciente le cuesta mucho enfrentarse abiertamente a su esposa, en buena medida
teme cualquier confrontación con ella. La percibe como más expresiva y firme
que él. Todo esto nos demuestra cómo el paciente identifica a su esposa en una
serie de aspectos con su propia madre, lo cual es una fuente permanente de
conflictos.
Detrás de esta lucha por el poder encontramos en el paciente una ambivalencia hacia su esposa (amor - hostilidad). Ambivalencia que es derivada de la misma que siente el paciente por su madre por ser una figura sobreprotectora, absorbente, dominante, autosuficiente. Esta ambivalencia se expresa muy bien en la fantasía que tenía cuando niño donde sentía que podía matar a su madre si respiraba fuerte. Respirar significa salir del útero, romper con la fusionalidad, lograr la independencia, impedir que su madre “lo ahogue”. Evidencia claramente esta fantasía los deseos de muerte de paciente hacia su madre. Todos estos sentimientos los vive con una gran angustia y culpa. Lo descrito había generado en nuestro personaje una dificultad para el compromiso, para el acercamiento, para la unión con las mujeres. Lo plasma muy bien en su discurso cuando dice: “cuando tenía un año con una novia, rompía, me daba culillo” (miedo) pues después de un año había que comprometerse más en la relación, según los canones de su entorno social. Esta dificultad encierra sus temores a la fusionalidad con la mujer, a ser absorbido, castrado por ellas.
En el plano de las identificaciones el paciente ha tenido
conflictos pues al lado de una madre con rasgos fálicos, la figura del padre se
le presenta idealizada, muy difícil de alcanzar. Esta idealización se hipertrofió por la muerte del padre a edad
muy temprana del paciente. Esta muerte impidió que el padre real se
interpusiera en la diada madre-hijo y potenció sus temores ante las
separaciones. El paciente era el juguete de la madre que nunca podría ser como
su padre. Quien es elegido por la madre y las circunstancias para sustituir al
padre es su hermano mayor. Esta última figura, aunque le presente dificultades
para identificarse con él (pues también está bajo el dominio de la madre) es,
en todo caso, una figura brillante, digna de emular, aunque difícilmente equiparar. El paciente se queja que cuando
se destacaba en algo nunca llegaba de primero, sino de segundo. Esto es muy
elocuente de la dinámica con su hermano - padre. Afortunadamente la salud
psíquica de su hermano le permite funcionar como figura de corte entre el
paciente y su madre, ayudándolo a desarrollarse como un ser independiente, que
realmente no presenta graves trastornos en su personalidad. La rivalidad con su
hermano, en tanto hermano y padre a la vez, si bien aumentó los sentimientos
hostiles, permitió al paciente entrar en la triangularidad edípica y aceptar el
poder de su rival.
La edad de los 11-12 años del paciente, además de significar
la pubertad, marcó un hito en el paciente por tres hechos: descubre que su
padre murió, fue operado de las amígdalas y dejó el chupón. Todo esto significó
un desprendimiento violento subjetivo e intersubjetivo: desaparición
significativa del padre, ruptura con la madre (dejar el chupón) y sentimientos
castratorios (operación de las
amígdalas) que produjeron una crisis en el paciente (miedos, fantasías de
muerte y pseudoalucinaciones). Afortunadamente estas crisis determina que el
hermano se lleve a los Estado Unidos por un año salvándolo del atrapamiento de
la madre. Fue este un hecho feliz en este caso.
Son muchos los elementos que podríamos agregar de este caso
pero se alargaría mucho este artículo. Vale decir que el paciente en la
actualidad ha avanzado mucho en su proceso a pesar, incluso, que su madre murió
en Junio del año pasado.
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