Profesora Titular de la Facultad de Ciencias Económicas y
Sociales de la Universidad Central de Venezuela (UCV) y responsable de la
Maestría en Estudios de la Mujer de la
UCV. Autora de “Psicoanálisis y mujeres
en movimiento” y otros libros, ensayos y crónicas. Correo Electrónico: epinagio@cantv.net.ve
Contenido
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La diferencia de los géneros precede a la diferencia de
los sexos
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El tercero que
representa a “un cuarto indestructible”, la ley
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El feminismo, un síntoma del malestar de la cultura
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Referencias Bibliohemerográficas
Nada autoriza en el psicoanálisis para derivar de la
diferencia entre los sexos desigualdad política y social entre hombres y
mujeres, eso fue lo que dejó sentado Frida Saal ante un auditorio de
psicoanalistas en Ciudad de México en 1980. Saal partió de la relectura
del artículo de Freud de 1925, “Algunas consecuencias
psíquicas de la diferencia sexual”, para concluir que el feminismo –del que
apenas se oía hablar en nuestros países a partir de 1975, con motivo del Día
Internacional de la Mujer decretado por la ONU-debía ser atendido como un
síntoma del malestar de la cultura y no
desoído, como proponía Freud el 25.
La autora del artículo que aquí presentamos sugiere una escucha interesada por ese síntoma en las mujeres que cada vez demandan más análisis por no saber lo que les pasa, o por saber
demasiado o por no querer saber que también ellas son expresión de ese síntoma.
Género, psicoanálisis.
There are few relevant precedents in
the annals of psychoanalysis from which to derive leads into political and
social inequality between men and women, or so stated Frida Saal to an
auditorium full of psychoanalysists in Mexico City in 1980. Saal referred to
Freud’s article Some Psychological
Consequences of the Difference in Sex (1925) to conclude that the feminism
(of which we in Latin America had heard little until 1975 when International
Woman’s Day was decreed by the UN) should not be ignored but should be assisted
as a cultural process, even as Freud proposed in 1925. The authoress of the
paper here presented suggests that careful attention be paid to the symptoms of
the cultural malaise which appears in women who continually require more
analysis due to the fact that they are uninformed, (or else over informed), or
because they do not want to be informed; all of which is part of the
undeveloped feminist culture syndrome.
De 1925 es el artículo de Sigmund Freud “Algunas consecuencias psíquicas de la
diferencia sexual”, en el que no dice nada muy distinto a lo que venía
elaborando desde los tres ensayos de
1905 pero sí adelanta lo que será su
posición final sobre lo que es la feminidad (en el año 32), esto es, una salida consecuente de la diferencia
sexual y anatómica de las niñas. En resumen, Freud registra las que son las cuatro principales consecuencias de
esta diferencia sexual en las niñas. La primera es que, una vez constatada la diferencia con su hermanito o su compañerito de juegos,
la niña toma una decisión, “sabe que no lo tiene y quiere tenerlo”, a partir de
lo cual desarrolla el denominado
complejo de masculinidad que puede
llegar a dificultar considerablemente
su desarrollo regular hacia la feminidad si no logra superarlo precozmente,
pero que puede persistir y “convertirse en el motivo de la conducta más extraña e inexplicable de otro modo”. O ponerse
en juego el comienzo de una psicosis expresada en la “convicción de que sí tiene un pene (...) se ve
obligada a conducirse como si fuera un hombre”.
Si la envidia fálica de la niña no es reabsorbida
por “la formación reactiva del complejo
de masculinidad (...) una vez que ha aceptado su herida narcisista “ surgiría
“como una cicatríz(...) un sentimiento de inferioridad” y entonces comenzará a
compartir con el hombre su “desprecio por un sexo defectuoso en un punto tan
decisivo” e insistirá en su equiparación con
él.
Una
vez que la envidia abandona su verdadero objeto, no deja de existir, “merced a un leve desplazamiento” en forma
de celos que –se atreve a decir
en contra de todas las estadísticas que
arrojan las policías del mundo en relación a la autoría de la violencia en la pareja y los crímenes pasionales—son
más comunes en las mujeres que en los hombres y que, sigue Freud, él cree que obedece a que en las mujeres reciben “un enorme
reforzamiento desde la fuente de la envidia fálica desviada”.
Una
tercera consecuencia de la envidia fálica es el “relajamiento de los lazos cariñosos con el objeto materno”, que la
echó al mundo tan mal dotada. Una cuarta
consecuencia de la envidia fálica es la
“intensa corriente afectiva contraria
a la masturbación”, no atribuible completamente a las personas que la
educan, y que en su opinión, se trata de “la
ofensiva narcisista ligada a la envidia fálica”, es decir, puesto que ya
sabe que no puede competir con el varón será mejor renunciar a toda
equiparación a éste.
Como
vemos Freud en ningún momento se refiere
a los derechos que -fuera de los que tenía la madre en el hogar- estaban
negados a las niñas, adolescentes y mujeres de su época o, al menos de su clase social, que era la misma de sus
pacientes mujeres y, por lo tanto, no
puede considerar esa primera consecuencia a la que se refiere, como a una
protesta contra un lugar previamente fijado para ella por la cultura, que es lo
que harán después psicoanalistas como Emilce
Dio Bleichmar, la autora de El
feminismo espontáneo de la histeria. Ni
considera el hecho culturalmente incontrovertible hasta
nuestros días de que el hombre considera a su compañera y a sus hijos no sólo
como de su responsabilidad (aunque económicamente no la ejerza) sino como de su
propiedad, intocables por terceros como toda propiedad privada, al tiempo que
él puede no sólo ser tocado por mujeres
por él autorizadas sino que, en caso de que así lo decida, entra dentro
de lo aceptado culturalmente para los hombres pero no para las mujeres que
callan sus celos fuera de la consulta o la confesión al cura o a la madre y se
culpabilizan cuando son infieles como ellos.
Y
como vemos, Freud minimiza el papel
de la educación diferenciada de niños y niñas cuando habla de la masturbación, como si no supiera de la
frase “caca, eso no se toca niña”
y aquella otra “¿y esto tan lindo de quién es, de quién, de
quién?”.
Todo
lo dicho en la primera parte de su artículo
lleva a Freud a este enunciado
que todo analista ha oído y leído cientos de veces: “Mientras el complejo de Edipo del varón se aniquila en el
complejo de castración, el de la niña es posibilitado e iniciado por el
complejo de castración (...) que inhibe y restringe la masculinidad, estimula
la femineidad”. Y esto es así, insiste,
por una “comprensible consecuencia de la diferencia anatómica entre los
genitales (...) equivale a la
diferencia entre una castración realizada
y una mera amenaza de castración”. Como en la niña no hay recompensa por
el abandono de la posición incestuosa, sigue Freud, ella carece de estímulo para aniquilar el complejo de Edipo, que puede ser abandonado
lentamente o liquidado por represión o persistir en la edad adulta. Lo que
explica que “El súper yo nunca llega a
ser en ella tan inexorable, tan
impersonal, tan independiente de sus orígenes afectivos como exigimos que lo
sea en el hombre”. De aquí, remata, esos rasgos que caracterizan “a las mujeres
de todos los tiempos “ (de todos los tiempos, dijo), esto es, y de nuevo hace
una generalización contra las estadísticas de estos tiempos, incluso en
Venezuela: menor sentido de justicia
(la mayoría de los egresados de leyes y la mayoría de los jueces son mujeres y
no se les conoce por poco implacables, sino que se les acusa de lo contrario), resistencia
a “someterse a las grandes necesidades de la vida” (sin comentarios nacionales)
y “más propensa dejarse guiar en sus juicios por los sentimientos“ (aquí la
investigadora acuciosa podría dar cuenta de grandes disparates nacionales e
internacionales actuados y proferidos por hombres guiados por odio o amor a otros hombres). Por
último advierte que lo que ha dicho, pese a estar fundado en “sólo un
puñado de casos” parece valer como
teoría, aunque está dispuesto a conceder que dada “la disposición bisexual y la
herencia en mosaico (...) la masculinidad y la femineidad puras no pasan de ser
construcciones teóricas de contenido incierto”. Y como unas son de cal y otras
son de arena, así como ha reconocido que sus conclusiones para entonces se
basan “sólo en un puñado de casos” y que “la masculinidad y la feminidad no
pasan de ser construcciones teóricas de contenido incierto”, advierte a sus
colegas: “No nos dejemos apartar de estas conclusiones por las réplicas de los
feministas de ambos sexos” ( Freud ,
2000).
No debe sorprendernos que las feministas
hayan rechazado durante décadas la
teoría Freudiana sobre la femineidad,
dijo en 1980 Frida Saal, psicoanalista argentina y lacaniana radicada en México
hasta su reciente fallecimiento. Lo dijo con
motivo del aniversario número 50 de El
malestar de la cultura en un coloquio al cual llevó una ponencia cuyo
título parafraseaba el del artículo de Freud
de 1925, “Algunas consecuencias políticas de la diferencia psíquica de los
sexos” y es que, dice Saal, de la
incontestable diferencia sexual y anatómica de los sexos no puede
derivarse la discriminación social y política de un género por otro. La diferencia de los sexos ocupa un lugar
“reconocido y valorado entre las causas del malestar en la cultura” y más: “la
diferencia sexual tiene mucho que ver en la producción misma de la cultura”
(Saal, 1988: 139).
Trabajar
el tema de la diferencia de los sexos exige al psicoanalista una posición
difícil, comienza diciendo Saal: “así como en el encuentro analítico (...) la
suspensión del yo del analista, es condición del análisis”, aquí “debemos dejar
en suspenso el imaginario en que cada quien se alinea de uno u otro lado de la
diferencia”, como hombres o mujeres, y ser neutros, “ni lo uno ni lo otro”
(Saal, 1988,). Durante toda la primera parte de su artículo Saal revisa las
conclusiones de Freud sobre el complejo de castración en las
mujeres y la revisión que de ellas
hicieron algunas mujeres analistas contemporáneas a Freud, como Horney y
Deutsch, hasta llegar a las proposiciones de Jones y Lacan.
Si
a estas alturas alguien aún osara
desmentir que “la anatomía no es destino”,
dice Saal ya entrando en el tema de la diferencia de sexos que no autoriza de
forma alguna a justificar la discriminación de un género por otro, la
experiencia clínica y, especialmente, la homosexualidad, el trasvestismo, el
fetichismo y las psicosis
transexuales, constituyen la prueba y
el desmentido de cualquier aproximación ingenua. Más bien el tema obliga a
reflexionarlo a partir de la diferenciación de los registros que propuso Lacan:
real, maginario y simbólico. “Nada se entiende de lo que es el cuerpo o de lo
que es el sexo sino se distingue entre cuerpo real, simbólico e imaginario; y
sexo real, simbólico e imaginario”, dice Saal (1988 :146).
Ningún
cuerpo de niño o niña es un hecho de la
biología. El bebé, ese montón de cabellos, uñas y carne como dijo
Brecht, ese montón de significantes “sumergido en lo real, debe pasar por la unificación significante a través del
reconocimiento en la imagen especular. Es el modo en que la carne adviene
cuerpo” (Saal,1988:146-147). El paso
de cuerpo real a imaginario sólo
puede ser alcanzado, pues, “merced al soporte deseante de algún otro”, que
suele ser la madre. De manera que no es el organismo el “que soporta y apuntala
la aparición del deseo, sino que es el deseo del otro imprescindible para que
el niño viva” (Saal, 1988:147). A este momento de la especularidad, en que el
cuerpo se unifica a su imagen, se le
atribuye una función de corte, que apenas es el primero en la constitución de
la subjetividad. La carne que devino en cuerpo aún no es sujeto.
Porque
se es sujeto o sujeta sólo del lenguaje y “el deseo del otro es requisito
previo para que ese yo se estructure como uno, unificado”(Saal, 1988:147). Así
que la imagen especular del cuerpo recibe un nombre propio, un primer
significante del catálogo del lenguaje. El “Cuerpo deberá ser hablado para ser
hablante” y así quedar inscrito en el
orden de lo simbólico
(Saal,1988:148). Es desde este momento que la cultura con su implícita
diferenciación de los géneros entra en el sujeto recién hablado. Está más
que demostrado, recuerda Saal, que la diferencia de géneros es anterior a la
constatación de la diferencia de sexos de la que parte Freud para elaborar su
teoría sobre la envidia fálica y sus consecuencias sociales. La diferencia de
género, concluye Saal el punto, está
ahí desde siempre “en el orden del significante, en el orden simbólico desde donde se distribuyen
emblemas y atributos de género” que luego “se resignificarán como diferencia
sexual en el camino de las identificaciones que llevarán al sujeto humano a ser
hombre o mujer, o cualquier combinación de ambos” (Saal,1988:148).
En
esta relectura del artículo de Freud
de 1925 por una lacaniana de 1980 el falo queda correctamente definido como “significante de la
diferencia. Lugar de la represión originaria, tachadura que funda al sujeto
separándolo, cortándolo, diferenciándolo del Otro, promovido a objeto del deseo
ya y desde siempre perdido” (Saal,1988:149).
El tercero que representa a “un cuarto indestructible”, la ley
Narciso
siempre está amenazado de sucumbir a su imagen y las psicosis infantiles
simbióticas demuestran lo que puede producir esa autosuficiencia diádica, de
forma que en un punto se requiere la “incidencia estructurante de un tercero”, que permita
entrar a la niña en el Edipo y
salir de él al niño. Es el punto en que tanto el niño como
la niña “se instalan en la
subjetividad”, se constituyen como sujetos deseantes. Ese tercero es “la
función paterna” que puede ejercer el padre o cualquier otro que lo sustituya
en su función como “representante de esa ley de la que, también él, es un
efecto (...) no tiene en sí mismo ninguna completud (...) Es más, nos atrevemos
a decir que el padre (...) sólo puede cumplir con su papel, ocupar el lugar del
castrador, en tanto castrado, en tanto incompleto, porque si así no fuere,
ninguna pérdida lo amenazaría” (Saal,1988: 153). No es el momento de avanzar
más allá de donde llega Saal en esta relectura de la teoría de la envidia
fálica de Freud y sus consecuencias,
pero recuerdo un mediodía en que una lideresa de las mujeres nos preguntaba a
un cartel abierto en el Centro de Estudios de la Mujer de la UCV cuando
tratábamos de diferenciar el padre real, del simbólico y del imaginario:
“perdónenme ¿entonces más o menos cuántos padres tengo yo?”. La respuesta que
sumariamente le dio Toni Izaguirre, fue
“que el que tenía en su casa era el imaginario según el último Lacan, que puede
o no ser el representante de la ley, el padre simbólico”. Con el padre real no
se metió nadie, como debe ser.
Toda
relación sexual está pues presidida por la castración de ambos sexos y es esto,
dice Saal, lo que Lacan quería decir
con aquello de que “la relación sexual
es imposible” y aquello de que “el
Otro, en mi lenguaje, no puede ser sino el Otro sexo” (ambas frases del
Seminario 20, Aún): “cada sexo ocupa en
relación a la diferencia, ese intangible lugar del Otro” (Saal,1988: 157). En
cuanto a otra muy controvertida frase del Seminario 20, aquella de que “La
mujer no existe”, Saal da la única versión respetable del asunto que he
conocido después de nueve años de estudiar psicoanálisis. Ella la considera una
provocación típica de Lacan, pues él se ocupa de aclarar que “lo que está en
juego es el La, el artículo definido
para designar el universal y no la existencia de las mujeres”, pero esta regla
vale igual para los hombres, pues
tampoco existe El hombre. Más: que no existe ni El hombre ni La mujer está
dicho de antemano cuando se dice que todo sujeto está tachado al nacer, tachado
por el significante. Es una provocación o es un desliz en el que incurrió como
hijo de la cultura que de todas maneras era Lacan, pues, dice Saal, eso de
decir que no existe La mujer es el
mismo lugar común del discurso masculino sobre el Eterno Femenino, la donna é mobile, decir de algo que es “efímero
como el amor de mujer”... el dark continent que es la mujer para Freud,
agrego yo.
El feminismo, un síntoma del malestar de la cultura
Como
se dice en buen venezolano, “Frida Saal no iba a pelar ese boche” de la advertencia
de Freud en el artículo 1925 sobre
“los feministas de ambos sexos” que seguramente lo adversarían en su teoría
sobre la envidia fálica y sus consecuencias.
La
aparición de las feministas, dice, demuestra la existencia de un síntoma. “Y el
psicoanálisis nos ha enseñado las profundas verdades que los síntomas encierran
(...) algo está pasando (...) no hay foro de polémica e intercambio en que la
mujer no sea convocada (...) en tanto mujer. Se busca, se espera una palabra
nueva” (Saal,1988:167). Nada dice Saal sobre la escucha del síntoma detrás del
diván, de eso que la psicoanalista
venezolana Marisol Sandoval ha llamado “enfermarse de género”. Pero era 1980 y
no se había andado entre las mujeres
psicoanalistas todo lo que se ha andado estos veinte años en América Latina, particularmente en
Argentina, México, Colombia, Brasil y Venezuela, gracias a su artículo entre
otros factores.
Una
clínica de género podría ser, en mi opinión, la que se propusiera hacer las
preguntas o las interpretaciones o que
suspendiera la sesión de manera
que ponga a trabajar en la o el analizante la duda acerca de las
posibles causas últimas de su
malestar individual, tan a menudo relacionado con la imposibilidad de
satisfacer el Ideal del Yo, que es como
decir el Ideal que la cultura tiene para las personas según su pertenencia a un
sexo o a otro. No se trataría de dirigir
la cura hacia un solo asunto,
sino de estar tan atento a ese que Saal llama “síntoma” del malestar actual
como de cualquier otro síntoma, como el
ahogo, la tos o la parálisis. Indagar sobre su origen sí, pero
recordando que hay un tercero del
triángulo, que es representante de un cuarto elemento, la ley patriarcal que
dictamina lo que debe hacer cada quien según el sexo con el cual nació. Y en lo
posible evitar que el sexismo dominante en la cultura se cuele en
nuestras pocas palabras.
Referencias Bibliohemerográficas
Revista
Otras Miradas
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